lunes, 2 de abril de 2007

16. Orden

Hace cuatro años, por una irregularidad en un juicio ocurrido años atrás, terminé en prisión. Sólo unos pocos días: dos noches en comisaría y dos más en Soto del Real, Madrid.
Rodeado de policiás, adictos con el mono, abogados, ladrones, jueces, pederastas, asesinos...
La flor y nata de Madrid.
Y en la celda, en todo ese tiempo, no paré de hacer zazen: si estaba solo, hacía zazen solo, si metían a alguien, hacía zazen con alguien al lado. No cerraba los ojos, no dormía.
Nos daban un paquete de cruz roja por las noches con galletas, zumo y leche. Todo envasado.
Una gran experiencia.
Entre tanto, un día, mi abogado se enteró del caso. Una amiga mía, a la que por fin me habían dejado llamar (en la comisaría no me dejaron llamar a nadie) le llamó a su móvil.
Justo en ese momento, Fernando, el abogado, pasaba por delante de la prisión: Oir mi nombre, dar un volantazo y tomar el desvío de Soto del Real, fue todo una.
Precioso. Muy sincrónico.

Así comenzó la primera recapitulación seria de mi vida. Y lo hice como lo ha de hacer un don juan como yo: repasando las historias que he compartido con mujeres de este ancho mundo a lo largo de todo este tiempo. Creo que en ese momento tenía yo 30 años.
Primero escribí sus nombres, como en un blog, de la última a la primera. Con mucho hueco entre sus nombres: tenía varias hojas y un tiempo delante desconocido en cuanto duración, condiciones ambientales, etc. Sabía perfectamente que con todas las trastadas que había hecho a lo largo de mi vida tenía, si aplicaban la ley con exactitud, para...
Afortunadamente también sabía que tenía uno de los mejores abogados de Madrid en estos asuntos, también practicante zen. Así que no me preocupé. Me concentré en mi recapitulación.
Cuando me venían los recuerdos, escribía sobre ellas, por orden.
Jugando a ser ecuánime.
Nos despertaban a las 08:00 con una suave alarma. A las nueve se servía un desayuno: café con leche, dos de azúcar, napolitana.
Y nada que hacer hasta la hora de comer. Un boli bic azul y mis hojas convertidas en libreta.
Y así iba escribiendo mis recuerdos sobre ellas, sobre mí en esa época, sobre "nosotros", sin pensar, sin estilismos. Estaba en el talego, no tenía nada que perder, no era plan de pensar en agradar al lector.
Yo ponía orden.

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